Historia
Artigas y el Congreso de Oriente
Por Jorge Villanova (*) José Artigas, el patriota rioplatense devenido luego por la historia oficial sólo en prócer uruguayo, y que anteriormente había rechazado la secesión de la Banda Oriental del resto de las Provincias Unidas del Río de la Plata propuesta por Buenos Aires, convocó en la actual Concepción del Uruguay -entonces capital entrerriana- al Congreso de Oriente, el 29 de junio de 1815. El objetivo era debatir la organización de la patria naciente en la que incluía, entre otras cosas, la reforma agraria, algo que sigue pendiente en Argentina, 195 años después.
29.06.2011 | 11:44
«El Entre Ríos, Corrientes, la Banda Oriental, y las Misiones deben su ruina a Artigas. Es el autor de todas las desgracias que por diez años aquejaron a la República Argentina» (Salvador Cabral, 'Artigas como caudillo argentino'). Así, en esta frase de Bartolomé Mitre se sintetiza la historia. Así nos la contaron a generaciones de argentinos, y así nos dividieron y transformaron en uruguayos, paraguayos, bolivianos y argentinos. Es que Artigas es una molestia en nuestra historia, su prédica y su accionar son los hechos malditos de aquella patria naciente.
Nuestros historiadores pretendieron borrarlo, pero no pudieron. Intentaron anular su prédica y, por lo tanto, lo desvirtuaron. Los orientales lo transformaron en prócer uruguayo, los argentinos, en extranjero. Salvador Ferla sostiene: «Lo hemos reivindicado en calidad de figura secundaria y un poquito extranjera. Nos cuesta argentinizarlo cabalmente, acaso porque suponemos que lo hemos perdido junto con la Banda Oriental».
Fue por sobre todo el pensamiento del mayo de Moreno hecho realidad. Pero cuando Artigas entra en nuestra historia, la Revolución ya esta usurpada por los mercaderes de la gran ciudad, y aquel que vio en él un aliado «por sus conocimientos, que nos consta son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto» (Plan de Operaciones), está viajando por última vez -derrotado- hacia Europa.
Dice Busaniche que «Artigas será el caudillo de mayor prestigio en el litoral argentino, el primer hombre que se levantará en masas y el primero que infundirá un aliento popular a la revolución, sacándola del conciliábulo y la trastienda en que se había mantenido hasta entonces. Será también Artigas el primero que rechazará la máscara de Fernando y pedirá que sea declarada la independencia» (Félix Luna, 'Los Caudillos').
Los revolucionados triunfan en San José, Las Piedras y Colonia, tomando toda la campaña bajo su control. Estas batallas, las primeras que «desgarran al ibérico altivo León», fueron borradas de las efemérides nacionales. Cuenta la leyenda que el himno nacional las invocaba en sus versos:
«San José, San Lorenzo, Suipacha,
ambas Piedras, Salta y Tucumán,
la Colonia y las mismas murallas
del tirano en la Banda Oriental,
son letreros eternos que dicen:
Aquí el brazo argentino triunfó;
aquí el fiero opresor de la Patria
su cerviz orgullosa dobló».
Pero explicar por qué se luchó en la República Oriental del Uruguay es tan engorroso como asumir la responsabilidad en la pérdida de la Banda Oriental. Y, antes de fomentar los cuestionamientos, fue preciso borrar todas sus referencias.
Y cuando sufre la primera traición, cuando Buenos Aires no duda en entregar al virrey Elío la Banda Oriental, los pueblos del Arroyo de la China, Gualeguay y Gualeguaychú, entronca su pensamiento con el de San Martín en aquello de «seamos libres y lo demás no importa nada», y se traslada a orillas del Ayuí donde comenzará su prédica federal. Y será el mismo Artigas el que reconozca, no sin asombro, que «no eran los paisanos sueltos los que se movían: vecinos establecidos, poseedores de buena suerte y de todas las comodidades eran los que se convertían repentinamente en soldados, abandonándolo todo» (Manuel Flores Mora, 'Síntesis de la actuación de Artigas entre 1811 y 1815', diario El País, Montevideo, 1960).
Porque, en definitiva y como dice Jesualdo, Artigas no es muy diferente de toda esa gente que lo sigue: «¿Qué es en verdad, un jefe para ellos, changadores, troperos, negros bisoños, indios a medio civilizar, desheredados de la fortuna y amigos de la infancia y correrías? Nada más que un hombre más leido, más guapo, más hábil, más jinete, mejor enlazador o pialador, más ducho en las faenas de la yerra y del corambre, más discreto enamorador. Y a ese hombre no se le teme, se le admira. Por eso van ahí con él, siempre irán con él» (Jesualdo, 'Artigas, del vasallaje ala Revolución').
Amaneciendo el año 13 se inicia la Asamblea. Los diputados orientales son rechazados. En realidad lo que se intenta eliminar de la discusión es el pensamiento artiguista. Dice bien Favaro: «No fueron razones de orden jurídico, ni prejuicios de formulismos, mal llenados, los que motivaron la objeción (...) aquellos hombres sólo se movían por consideraciones de carácter político y por ese único motivo adoptaron la actitud de afrontar a la conciencia ciudadana de un pueblo, el más sacrificado del Río de la Plata» (Edmundo Favaro, 'El congreso de abril', El país, Montevideo, 1960). Razones políticas, pero más que nada económicas. Poner en pie de igualdad a todas las provincias fue una lucha que se cargará todo el siglo XIX.
Y eran los diputados orientales los más legítimos. Electos por una democracia chacarera, agraria se dirá, en la que su líder, ante los representantes de su pueblo convocados en Tres Cruces se despoja de sus fueros: «Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán. Ahora está en vosotros conservarla».
Independencia, Autonomía y Federación, libertad política y religiosa, apertura de puertos, eran demasiadas exigencias para los centralistas. Cinco diputados podían torcer la mayoría y acelerar la marcha estancada desde 1810. O como dice Ferla en su Historia: «¡Que carajo! Con semejantes instrucciones en su portafolio no había diputado que pudiera ser admitido». (Salvador Ferla, 'Historia argentina con drama y humor').
Demasiados motivos valederos para que el director Gervasio Posadas lo declare infame y traidor, y cotice en 6.000 pesos su vida (o tanto mejor, su muerte). «Bandido incorregible, obstinado y delincuente, perjuro, ingrato, insensible, de carácter sanguinario y opresor, enemigo de la humanidad y de su patria», lo llaman. (Carlos Machado, 'Historia de los Orientales').
Ya es tarde. Misiones, Santa Fe y Córdoba le piden protección. «Yo, lo único que hago es auxiliarlos como amigos y hermanos, pero ellos son los que tienen el derecho de darse la forma que gusten y organizarse como les agrade, y bajo su establecimiento formalizarán a consecuencia su graciosa liga entre sí mismos y con nosotros, declarándome yo su protector», dice el caudillo.
Desde el campamento de Purificación, en el Hervidero -entre el Salto y Paysandú- el territorio está controlado. Sentado en una cabeza de toro, mira el río y ve más allá de él.
La guerra es un hecho y el artiguismo se expande. Buenos Aires le propone la independencia total de la Banda Oriental y libertad de elección para Entre Ríos y Corrientes. «Ni por asomo», contesta, la Banda Oriental es argentina y continuará siéndolo en igualdad con las otras provincias. Félix Luna dice claramente: «Es un disidente, no un traidor», y el mismo Artigas lo aclarará más tarde: «Yo no soy vendible, ni quiero más precio por mis empeños que ver libre mi Nación».
Y mientras, se lo declara traidor. Desde Buenos Aires se implora a los ingleses: «Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés (...) Solamente la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su gobierno».
Es 1815. El artiguismo hace base en Concepción del Uruguay. En la capital entrerriana se concreta el Congreso de Oriente, o del Arroyo de la China. Delegados de las provincias litorales deliberan sobre la futura organización nacional: «Tratar la organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la Confederación al resto del ex virreinato».
No era la primera vez que Artigas estaba en suelo uruguayense, ya la había visitado con Michelena y también en su travesía inaugural hacia la Junta Revolucionaria. Poco después se presentó al general Manuel Belgrano (otro desvirtuado por la historia) para colocarse bajo sus órdenes. Pero ahora en 1815, no sólo la Banda Oriental está bajo su protección, sino Entre Ríos y el litoral todo.
«Poco se sabe de lo tratado en esta reunión, que no llenó, sin duda, el objetivo de Artigas», dice Jesualdo. Pero el punto central del debate, o el único - nos dicen los ensayistas serios- será la comisión que envía a Paysandú el director Ignacio Álvarez Thomas. Los emisarios Blas Pico y Francisco Rivarola ofrecen un pacto de no agresión. Todo hombre tiene precio, y Artigas no puede ser la excepción, piensan. Por eso le proponen algo tan simple como efectivo: la independencia de la Banda Oriental. «Ni por asomo», contesta. He allí una muestra de la claridad del pensamiento político de Artigas: a él ni se le ocurría dividir el país. Ofrece en cambio, un 'Tratado de Concordia entre el Ciudadano Jefe de los Orientales y el Gobierno de Buenos Aires'. En su artículo primero establecía claramente que «la Banda Oriental está en pleno goce de toda libertad y derechos, pero queda sujeta desde ahora a la Constitución que organice el Congreso general del Estado legalmente reunido, teniendo por base la libertad». Es decir, que manteniendo su autonomía provincial se sometía a la Constitución, aún antes de que se dictara, pero exigiendo como primera condición ser libres. Y ése era su precio.
Recordemos los ofrecimientos de Carlos María de Alvear y Manuel García a Gran Bretaña. En un par de años invitarían a los portugueses a ocupar la Banda Oriental. Esa acción culminará en la formación de la Provincia Cisplatina brasilera.
Pero nuestro general no se resigna. El Congreso de Oriente decide enviar una comisión a Buenos Aires para firmar la paz. Álvarez Thomas no los recibe, y cuando un subalterno se digna en atenderlos, es para ofrecerle nuevamente la independencia definitiva de la Banda Oriental. Barreiro, Cossio, Cabrera y Andino refutan: «La Banda Oriental entra en el rol para formar el Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata (...) toda provincia tiene igual dignidad e iguales privilegios y derechos y cada una renunciará al proyecto de subyugar a las otras» ( Machado).
Los historiadores liberales desdibujan este Congreso, lo ignoran, le restan trascendencia. No es mucho lo que se puede esperar de quienes han transformado a Artigas en uruguayo y a la Provincia Oriental en República, pero entonces la pregunta es: ¿Porque en Entre Ríos nunca se le dio el tratamiento merecido? En criollo, y para ser más claro, ¿Por qué no se le da bolilla en nuestra tierra?
«Nuestro Congreso de Arroyo de la China había ya declarado la independencia nacional. Pero al igual que los títulos y los récords de algunos deportistas, esa declaración no había sido homologada por los dirigentes de Buenos Aires y por lo tanto es nula y carece de valor», sostiene el sorprendente historiador Salvador Ferla.
Es cierto que no se conservan todas las actas, que se han extraviado, y es probable que nunca aparezcan, pero se sabe, por ejemplo, que el diputado por Santa Fe arribó con instrucciones muy similares a las rechazadas en el año 13. Repasemos la primera de ellas: «Primeramente pedir la declaración de la independencia absoluta de éstas colonias, que ellas están absueltas absolutas de toda obligación de fidelidad a la corona de España y Familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el estado de la España, es y debe ser totalmente disuelto». Es cierto, nada prueba que las hayan tratado, pero nada nos hace pensar lo contrario. Y será casi un año después, en julio del 16, cuando el otro Congreso, el de Tucumán, delibere declarándonos «nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli», al mismo tiempo que los portugueses arrasan con nuestra Banda Oriental con el aval de Buenos Aires. «Por no confesar que los portugueses ocupaban tranquilos el suelo argentino, Buenos Aires prefería olvidar que la Banda Oriental era provincia argentina», señala Alberdi. (Alberdi, 'Grandes y pequeños hombres del Plata').
Enterado del hecho el mismo José Artigas, el 24 de julio de 1816, se comunica con el Director Juan Martín de Pueyrredón: «Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva. Lo hará V.E. presente al Soberano Congreso para su Superior conocimiento» (Edmundo Favaro, 'Artigas, el Directorio y el Congreso de Tucumán', El País, Montevideo, 1960). En buen romance, le está señalando: «¿Independencia? Nosotros, entre guerra y guerra, ya la declaramos. ¿Por qué tardaron tanto ustedes?».
Mientras tanto gobernaba, siempre sentado sobre su cabeza de vaca, desde Purificación. Decretos, leyes y medidas. Entre ellas el 'Reglamento sobre reparto de tierras' de 1815. Algo así como una Reforma Agraria. «Los más infelices serán los más privilegiados», sostiene. Y otro sobre recaudación de las aduanas y apertura de puertos en el litoral al comercio exterior. Con el primero se gana el odio de aquellos estancieros que no comulgaban con eso de «la tierra para el que la trabaja», con lo segundo profundiza la división con los mercaderes de Buenos Aires.
«Tajante como navaja
es la consigna artiguista
'Vencer al latifundista
la tierra es del que la trabaja'.
Los negros libres, los zambos,
Los indios y criollos dice,
Que aquellos más infelices
Serán los privilegiados.
Setiembre diez, si señor
De mil ochocientos quince
El reglamento lo dice
Y es orden el protector»
Se pregunta Luna: «¿Cómo podría tolerar el partido directorial, que es centralista, promonárquico y oligárquico, la existencia de esa democracia popular con arrestos autonomistas? ¿Cómo podía admitir la existencia de ese poder que reparte tierra entre gauchos pobres e impone normas a los comerciantes extranjeros? Para la oligarquía porteña, Artigas era un peligro por el solo hecho de existir».
Vuelve a reclamar auxilio a Buenos Aires, Pueyrredón lo negocia a cambio de su reconocimiento y sumisión al unitarismo. «El jefe de los orientales (...) ama demasiado a su patria para sacrificar este rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad», y contragolpea: «Un jefe portugués no habría procedido tan criminalmente...confiese VE que solo por realizar sus intrigas puede presentar el papel ridículo de neutral; por lo demás, el Supremo Director de Buenos Aires no puede ni debe serlo».
Jorge Abelardo Ramos considera que: «A diferencia de San Martín, que se asignó la misión de extender la llama revolucionaria a través de los Andes y sólo le cupo luchar contra los realistas, lo mismo que Bolívar y Moreno, Artigas se erigió en caudillo de la defensa nacional en el Plata y al mismo tiempo en arquitecto de la unidad federal de las provincias del Sur» (Ramos, 'Las mazas y las lanzas').
«Y fue en un claro del monte, boca de luz, flor del aire,
donde los zorzales tiñen, del pitangal su plumaje.
En cuanto el sol se levanta, el aliento del verano
va despertando los nidos, y endulzándose de pájaros.
Los hombres alzan sus rostros, surcados de privaciones,
los gallos chairan los picos, afilando el horizonte.
Las palabras del profeta, le enciende chispas al viento,
corriéndole las rodajas, al compromiso y al tiempo.
Es la historia de la tierra, sin divisa ni galones,
fundiéndose a pura sangre, en el crisol de los pobres.
La patria crece en el filo, de los sables y entreveros,
en las trincheras del aula, con gatillar de cuadernos.
Alerta que en la picada, los teros alzan su grito,
que la muerte anda de prisa, y monta potro retinto.
Le están husmeando la huella, los perros de la partida,
color sangre los aceros, color verde la jauría.
Aúllan, gruñen, escarban, desalentados regresan,
porque al profeta en la noche, se lo ha tragado la tierra».
Después de Tacuarembó, Aníbal Sampayo.
(*) Miembros de la Liga de Los Pueblos Libres
Fuente: El Miércoles Digital
Nuestros historiadores pretendieron borrarlo, pero no pudieron. Intentaron anular su prédica y, por lo tanto, lo desvirtuaron. Los orientales lo transformaron en prócer uruguayo, los argentinos, en extranjero. Salvador Ferla sostiene: «Lo hemos reivindicado en calidad de figura secundaria y un poquito extranjera. Nos cuesta argentinizarlo cabalmente, acaso porque suponemos que lo hemos perdido junto con la Banda Oriental».
Fue por sobre todo el pensamiento del mayo de Moreno hecho realidad. Pero cuando Artigas entra en nuestra historia, la Revolución ya esta usurpada por los mercaderes de la gran ciudad, y aquel que vio en él un aliado «por sus conocimientos, que nos consta son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto» (Plan de Operaciones), está viajando por última vez -derrotado- hacia Europa.
Dice Busaniche que «Artigas será el caudillo de mayor prestigio en el litoral argentino, el primer hombre que se levantará en masas y el primero que infundirá un aliento popular a la revolución, sacándola del conciliábulo y la trastienda en que se había mantenido hasta entonces. Será también Artigas el primero que rechazará la máscara de Fernando y pedirá que sea declarada la independencia» (Félix Luna, 'Los Caudillos').
Los revolucionados triunfan en San José, Las Piedras y Colonia, tomando toda la campaña bajo su control. Estas batallas, las primeras que «desgarran al ibérico altivo León», fueron borradas de las efemérides nacionales. Cuenta la leyenda que el himno nacional las invocaba en sus versos:
«San José, San Lorenzo, Suipacha,
ambas Piedras, Salta y Tucumán,
la Colonia y las mismas murallas
del tirano en la Banda Oriental,
son letreros eternos que dicen:
Aquí el brazo argentino triunfó;
aquí el fiero opresor de la Patria
su cerviz orgullosa dobló».
Pero explicar por qué se luchó en la República Oriental del Uruguay es tan engorroso como asumir la responsabilidad en la pérdida de la Banda Oriental. Y, antes de fomentar los cuestionamientos, fue preciso borrar todas sus referencias.
Y cuando sufre la primera traición, cuando Buenos Aires no duda en entregar al virrey Elío la Banda Oriental, los pueblos del Arroyo de la China, Gualeguay y Gualeguaychú, entronca su pensamiento con el de San Martín en aquello de «seamos libres y lo demás no importa nada», y se traslada a orillas del Ayuí donde comenzará su prédica federal. Y será el mismo Artigas el que reconozca, no sin asombro, que «no eran los paisanos sueltos los que se movían: vecinos establecidos, poseedores de buena suerte y de todas las comodidades eran los que se convertían repentinamente en soldados, abandonándolo todo» (Manuel Flores Mora, 'Síntesis de la actuación de Artigas entre 1811 y 1815', diario El País, Montevideo, 1960).
Porque, en definitiva y como dice Jesualdo, Artigas no es muy diferente de toda esa gente que lo sigue: «¿Qué es en verdad, un jefe para ellos, changadores, troperos, negros bisoños, indios a medio civilizar, desheredados de la fortuna y amigos de la infancia y correrías? Nada más que un hombre más leido, más guapo, más hábil, más jinete, mejor enlazador o pialador, más ducho en las faenas de la yerra y del corambre, más discreto enamorador. Y a ese hombre no se le teme, se le admira. Por eso van ahí con él, siempre irán con él» (Jesualdo, 'Artigas, del vasallaje ala Revolución').
Amaneciendo el año 13 se inicia la Asamblea. Los diputados orientales son rechazados. En realidad lo que se intenta eliminar de la discusión es el pensamiento artiguista. Dice bien Favaro: «No fueron razones de orden jurídico, ni prejuicios de formulismos, mal llenados, los que motivaron la objeción (...) aquellos hombres sólo se movían por consideraciones de carácter político y por ese único motivo adoptaron la actitud de afrontar a la conciencia ciudadana de un pueblo, el más sacrificado del Río de la Plata» (Edmundo Favaro, 'El congreso de abril', El país, Montevideo, 1960). Razones políticas, pero más que nada económicas. Poner en pie de igualdad a todas las provincias fue una lucha que se cargará todo el siglo XIX.
Y eran los diputados orientales los más legítimos. Electos por una democracia chacarera, agraria se dirá, en la que su líder, ante los representantes de su pueblo convocados en Tres Cruces se despoja de sus fueros: «Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio de mi afán. Ahora está en vosotros conservarla».
Independencia, Autonomía y Federación, libertad política y religiosa, apertura de puertos, eran demasiadas exigencias para los centralistas. Cinco diputados podían torcer la mayoría y acelerar la marcha estancada desde 1810. O como dice Ferla en su Historia: «¡Que carajo! Con semejantes instrucciones en su portafolio no había diputado que pudiera ser admitido». (Salvador Ferla, 'Historia argentina con drama y humor').
Demasiados motivos valederos para que el director Gervasio Posadas lo declare infame y traidor, y cotice en 6.000 pesos su vida (o tanto mejor, su muerte). «Bandido incorregible, obstinado y delincuente, perjuro, ingrato, insensible, de carácter sanguinario y opresor, enemigo de la humanidad y de su patria», lo llaman. (Carlos Machado, 'Historia de los Orientales').
Ya es tarde. Misiones, Santa Fe y Córdoba le piden protección. «Yo, lo único que hago es auxiliarlos como amigos y hermanos, pero ellos son los que tienen el derecho de darse la forma que gusten y organizarse como les agrade, y bajo su establecimiento formalizarán a consecuencia su graciosa liga entre sí mismos y con nosotros, declarándome yo su protector», dice el caudillo.
Desde el campamento de Purificación, en el Hervidero -entre el Salto y Paysandú- el territorio está controlado. Sentado en una cabeza de toro, mira el río y ve más allá de él.
La guerra es un hecho y el artiguismo se expande. Buenos Aires le propone la independencia total de la Banda Oriental y libertad de elección para Entre Ríos y Corrientes. «Ni por asomo», contesta, la Banda Oriental es argentina y continuará siéndolo en igualdad con las otras provincias. Félix Luna dice claramente: «Es un disidente, no un traidor», y el mismo Artigas lo aclarará más tarde: «Yo no soy vendible, ni quiero más precio por mis empeños que ver libre mi Nación».
Y mientras, se lo declara traidor. Desde Buenos Aires se implora a los ingleses: «Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y buena fe del pueblo inglés (...) Solamente la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su gobierno».
Es 1815. El artiguismo hace base en Concepción del Uruguay. En la capital entrerriana se concreta el Congreso de Oriente, o del Arroyo de la China. Delegados de las provincias litorales deliberan sobre la futura organización nacional: «Tratar la organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la Confederación al resto del ex virreinato».
No era la primera vez que Artigas estaba en suelo uruguayense, ya la había visitado con Michelena y también en su travesía inaugural hacia la Junta Revolucionaria. Poco después se presentó al general Manuel Belgrano (otro desvirtuado por la historia) para colocarse bajo sus órdenes. Pero ahora en 1815, no sólo la Banda Oriental está bajo su protección, sino Entre Ríos y el litoral todo.
«Poco se sabe de lo tratado en esta reunión, que no llenó, sin duda, el objetivo de Artigas», dice Jesualdo. Pero el punto central del debate, o el único - nos dicen los ensayistas serios- será la comisión que envía a Paysandú el director Ignacio Álvarez Thomas. Los emisarios Blas Pico y Francisco Rivarola ofrecen un pacto de no agresión. Todo hombre tiene precio, y Artigas no puede ser la excepción, piensan. Por eso le proponen algo tan simple como efectivo: la independencia de la Banda Oriental. «Ni por asomo», contesta. He allí una muestra de la claridad del pensamiento político de Artigas: a él ni se le ocurría dividir el país. Ofrece en cambio, un 'Tratado de Concordia entre el Ciudadano Jefe de los Orientales y el Gobierno de Buenos Aires'. En su artículo primero establecía claramente que «la Banda Oriental está en pleno goce de toda libertad y derechos, pero queda sujeta desde ahora a la Constitución que organice el Congreso general del Estado legalmente reunido, teniendo por base la libertad». Es decir, que manteniendo su autonomía provincial se sometía a la Constitución, aún antes de que se dictara, pero exigiendo como primera condición ser libres. Y ése era su precio.
Recordemos los ofrecimientos de Carlos María de Alvear y Manuel García a Gran Bretaña. En un par de años invitarían a los portugueses a ocupar la Banda Oriental. Esa acción culminará en la formación de la Provincia Cisplatina brasilera.
Pero nuestro general no se resigna. El Congreso de Oriente decide enviar una comisión a Buenos Aires para firmar la paz. Álvarez Thomas no los recibe, y cuando un subalterno se digna en atenderlos, es para ofrecerle nuevamente la independencia definitiva de la Banda Oriental. Barreiro, Cossio, Cabrera y Andino refutan: «La Banda Oriental entra en el rol para formar el Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata (...) toda provincia tiene igual dignidad e iguales privilegios y derechos y cada una renunciará al proyecto de subyugar a las otras» ( Machado).
Los historiadores liberales desdibujan este Congreso, lo ignoran, le restan trascendencia. No es mucho lo que se puede esperar de quienes han transformado a Artigas en uruguayo y a la Provincia Oriental en República, pero entonces la pregunta es: ¿Porque en Entre Ríos nunca se le dio el tratamiento merecido? En criollo, y para ser más claro, ¿Por qué no se le da bolilla en nuestra tierra?
«Nuestro Congreso de Arroyo de la China había ya declarado la independencia nacional. Pero al igual que los títulos y los récords de algunos deportistas, esa declaración no había sido homologada por los dirigentes de Buenos Aires y por lo tanto es nula y carece de valor», sostiene el sorprendente historiador Salvador Ferla.
Es cierto que no se conservan todas las actas, que se han extraviado, y es probable que nunca aparezcan, pero se sabe, por ejemplo, que el diputado por Santa Fe arribó con instrucciones muy similares a las rechazadas en el año 13. Repasemos la primera de ellas: «Primeramente pedir la declaración de la independencia absoluta de éstas colonias, que ellas están absueltas absolutas de toda obligación de fidelidad a la corona de España y Familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el estado de la España, es y debe ser totalmente disuelto». Es cierto, nada prueba que las hayan tratado, pero nada nos hace pensar lo contrario. Y será casi un año después, en julio del 16, cuando el otro Congreso, el de Tucumán, delibere declarándonos «nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli», al mismo tiempo que los portugueses arrasan con nuestra Banda Oriental con el aval de Buenos Aires. «Por no confesar que los portugueses ocupaban tranquilos el suelo argentino, Buenos Aires prefería olvidar que la Banda Oriental era provincia argentina», señala Alberdi. (Alberdi, 'Grandes y pequeños hombres del Plata').
Enterado del hecho el mismo José Artigas, el 24 de julio de 1816, se comunica con el Director Juan Martín de Pueyrredón: «Ha más de un año que la Banda Oriental enarboló su estandarte tricolor y juró su independencia absoluta y respectiva. Lo hará V.E. presente al Soberano Congreso para su Superior conocimiento» (Edmundo Favaro, 'Artigas, el Directorio y el Congreso de Tucumán', El País, Montevideo, 1960). En buen romance, le está señalando: «¿Independencia? Nosotros, entre guerra y guerra, ya la declaramos. ¿Por qué tardaron tanto ustedes?».
Mientras tanto gobernaba, siempre sentado sobre su cabeza de vaca, desde Purificación. Decretos, leyes y medidas. Entre ellas el 'Reglamento sobre reparto de tierras' de 1815. Algo así como una Reforma Agraria. «Los más infelices serán los más privilegiados», sostiene. Y otro sobre recaudación de las aduanas y apertura de puertos en el litoral al comercio exterior. Con el primero se gana el odio de aquellos estancieros que no comulgaban con eso de «la tierra para el que la trabaja», con lo segundo profundiza la división con los mercaderes de Buenos Aires.
«Tajante como navaja
es la consigna artiguista
'Vencer al latifundista
la tierra es del que la trabaja'.
Los negros libres, los zambos,
Los indios y criollos dice,
Que aquellos más infelices
Serán los privilegiados.
Setiembre diez, si señor
De mil ochocientos quince
El reglamento lo dice
Y es orden el protector»
Se pregunta Luna: «¿Cómo podría tolerar el partido directorial, que es centralista, promonárquico y oligárquico, la existencia de esa democracia popular con arrestos autonomistas? ¿Cómo podía admitir la existencia de ese poder que reparte tierra entre gauchos pobres e impone normas a los comerciantes extranjeros? Para la oligarquía porteña, Artigas era un peligro por el solo hecho de existir».
Vuelve a reclamar auxilio a Buenos Aires, Pueyrredón lo negocia a cambio de su reconocimiento y sumisión al unitarismo. «El jefe de los orientales (...) ama demasiado a su patria para sacrificar este rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad», y contragolpea: «Un jefe portugués no habría procedido tan criminalmente...confiese VE que solo por realizar sus intrigas puede presentar el papel ridículo de neutral; por lo demás, el Supremo Director de Buenos Aires no puede ni debe serlo».
Jorge Abelardo Ramos considera que: «A diferencia de San Martín, que se asignó la misión de extender la llama revolucionaria a través de los Andes y sólo le cupo luchar contra los realistas, lo mismo que Bolívar y Moreno, Artigas se erigió en caudillo de la defensa nacional en el Plata y al mismo tiempo en arquitecto de la unidad federal de las provincias del Sur» (Ramos, 'Las mazas y las lanzas').
«Y fue en un claro del monte, boca de luz, flor del aire,
donde los zorzales tiñen, del pitangal su plumaje.
En cuanto el sol se levanta, el aliento del verano
va despertando los nidos, y endulzándose de pájaros.
Los hombres alzan sus rostros, surcados de privaciones,
los gallos chairan los picos, afilando el horizonte.
Las palabras del profeta, le enciende chispas al viento,
corriéndole las rodajas, al compromiso y al tiempo.
Es la historia de la tierra, sin divisa ni galones,
fundiéndose a pura sangre, en el crisol de los pobres.
La patria crece en el filo, de los sables y entreveros,
en las trincheras del aula, con gatillar de cuadernos.
Alerta que en la picada, los teros alzan su grito,
que la muerte anda de prisa, y monta potro retinto.
Le están husmeando la huella, los perros de la partida,
color sangre los aceros, color verde la jauría.
Aúllan, gruñen, escarban, desalentados regresan,
porque al profeta en la noche, se lo ha tragado la tierra».
Después de Tacuarembó, Aníbal Sampayo.
(*) Miembros de la Liga de Los Pueblos Libres
Fuente: El Miércoles Digital