Revolución de Mayo en Babel

25 de mayo. Una revolución nuestra

Por Gustavo Sirota (*) ... Quizás sea, aunque suene audaz y temerario, Concepción del Uruguay la ciudad que mejor sirva para ilustrar los complejos y cruciales momentos vividos en los primeros momentos de nuestra vida como Nación. Pocas han tenido un protagonismo decisivo en los primeros momentos del proceso revolucionario iniciado en mayo de 1810 como la villa que fundara Tomás de Rocamora...
26.05.2011 | 20:58
Dos ideas fuerza me han movilizado en los últimos años en cuanto a trabajador de la educación comprometido con mi espacio y con mi tiempo. La necesidad de que los contenidos tengan que ver con “nosotros”, trabajar la historia propia, regional, local y poder traerla a cada momento, hacerla viva, que tenga sentido y que sea valiosa para repensar el presente, para transformarlo.

Es como sentenciaba José Martí, gran revolucionario y ejemplo de americano. “El buen gobernante de no es el que sabe como se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con que elementos está hecho su país…éramos una máscara con los calzones de Inglaterra, con el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte América y la montera de España… éramos charreteras y togas en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. Ni el libro europeo ni el libro yanquee daban la clave del enigma hispanoamericano”.

Las memoraciones, como la de mayo de 1810, resultan entonces un relato inconexo, hueco, vacío, donde los Moreno, Belgrano, French o Castelli nos miran extraños desde el bronce. Es algo que pasó hace mucho, muy lejos, desprovisto de cualquier significación. Nada de lo que se cuenta en esos días parece guardar relación con nosotros.

Sin duda que una buena manera de vaciar de sentido a aquella revolución. Un aporte valioso a la desmemoria que no es más que olvido inducido.

Mirar desde acá, desde nuestra “patria chica” el proceso iniciado en mayo de 1810, es entonces un ejercicio de autonomía intelectual vital para poder repensar la historia, para hacerla propia y sobre todo hacer que su transmisión resulte valiosa, significativa.

Quizás sea, aunque suene audaz y temerario, Concepción del Uruguay la ciudad que mejor sirva para ilustrar los complejos y cruciales momentos vividos en los primeros momentos de nuestra vida como Nación. Pocas han tenido un protagonismo decisivo en los primeros momentos del proceso revolucionario iniciado en mayo de 1810 como la villa que fundara Tomás de Rocamora.

Dos semanas apenas habían pasado de la instalación de la Primera Junta, cuando se convirtió en el primero de los Cabildos entrerrianos en adherir y reconocer al gobierno surgido del movimiento de Mayo.
La resolución capitular del 8 de junio que lleva la firma de José Miguel Díaz Vélez, Augusto Urdinarrain, Domingo Morales y José Aguirre es el primer documento emitido en Entre Ríos de aceptación “de los justos motivos y fines de la instalación de la Junta provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del señor don Fernando VII”. La notificación es respuesta a la circular del 27 de mayo que emitiera la Junta instalada en Buenos Aires, informando lo sucedido e instando a los cabildos del interior a sumarse a lo resuelto por la “hermana mayor”.

Poco más de un mes debió pasar para que en otra jornada histórica se realice la elección del representante ante el gobierno instalado el 25 de mayo. Cuarenta y cuatro vecinos respondieron a la convocatoria. Treinta y cuatro son las firmas que acompañan el acta de la sesión del 30 de julio, en tanto José Victor de Alzáa y Olade representó a diez de los vecinos que por no saber escribir no pudieron estampar su rúbrica.
“El señor Cura Vicario, don José Bonifacio Redruello” fue el elegido para representar al “cabildo y su vecindario” ante la “Junta Superior Provisional Gobernadora de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. En la provisión con que se alude al nombramiento se recalca la “guarda y consideración de los derechos de nuestro amado Soberano don Fernando VII”, jurando “no reconocer otro soberano que al mismo Señor Fernando VII y sus legítimos sucesores…”. El mismo juramento realizó de manera personal el “Diputado José Bonifacio Redruello”, nada más y nada menos que el representante del Cabildo de Concepción del Uruguay ante la Junta de Mayo.

Redruello nunca viajaría con destino a Buenos Aires y jamás se integraría a la Junta. Cuando en noviembre de ese mismo año 10 las armas realistas al mando del capitán de la marina española Juan Ángel Michelena ocuparon la villa lo veremos actuar a nuestro “diputado”, solo que esta vez saludando la presencia de las tropas de ocupación. José Bonifacio Redruello será uno de los muchos vecinos que tomaron partido por los ocupantes, en uno de los sucesos más interesantes – y contradictorios - de estos primeros momentos del proceso iniciado en mayo del 10.

Tras la caída de las villas entrerrianas a manos de las tropas realistas Buenos Aires aparecía como el próximo destino de aquella avanzada militar. La reconquista de las villas del Occidente del río Uruguay, por la acción decidida de las armas entrerrianas al mando de Bartolomé Zapata, salvará un momento de zozobra indudable que puso en jaque el destino mismo de la revolución. Atrás queda el peligro español, ganando definitivamente los pueblos de Entre Ríos para la revolución.

Concepción del Uruguay comprendió prontamente la magnitud de los sucesos y obró en consecuencia. Tomas Javier de Gomensoro, Presbítero de Soriano sentenciaba: “El día 25 de este mes de mayo expiró en esta provincia del Río de la Plata la tiránica jurisdicción de los virreyes, la dominación déspota de la península española y el escandaloso influjo de todos los españoles. De esta modo se sacudió el insoportable yugo de la más injusta y arbitraria dominación y se echaron los cimientos de una gloriosa independencia que colocará a las brillantes provincia de la América del Sud en el rango de las naciones libres…”.

Era entonces la hora de la patria. De esa patria, que tomando los versos de José Martí,
“No es amor ridículo a la tierra,
Ni a la hierba que pisan nuestras plantas.
Es el odio invencible a quien la oprime.
Es el rencor eterno a quien la ataca”.


(*) Profesor de Historia, historiador.Texto publicado en el sitio digital de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER)
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