A 70 AÑOS DE SU FALLECIMIENTO

Los últimos días de Evita


En octubre de 1951, la salud de Eva Perón se deterioró definitivamente. Su esposo pidió que la operara el cirujano norteamericano George Pack. Pero el cáncer de cuello de útero estaba muy avanzado y el diagnóstico fue lapidario. Los esfuerzos de ella por acompañarlo, las horas previas a su muerte y el llanto de Perón cuando falleció: “Qué solo me quedo”
26.07.2021 | 08:18
-Vaya y traiga a ese cirujano – le dijo Juan Domingo Perón al oncólogo Abel Canónico.

-General, mire que acá en la Argentina tenemos muy buenos especialistas… – le dijo una vez más el médico.

-Si hay que hacer una cirugía grande, que sea también un gran cirujano quien la atienda. Vaya y tráigalo – lo cortó Perón.

Corría octubre de 1951 y la salud de Eva Perón se deterioraba a ojos vista.


Desmayo en el palco

Menos de dos meses antes, el 22 de agosto, había estado a punto de desmayarse en el palco montado frente al edificio del Ministerio de Obras Públicas, en la avenida 9 de Julio, durante el “Cabildo Abierto Justicialista” en el que la Confederación General del Trabajo le pidió que integrara como vicepresidenta de Perón la fórmula para las elecciones del año siguiente.

De un balcón colgaba un enorme cartel con la consigna que convocaba al acto: “Juan Domingo Perón-Eva Perón – 1952-1958, la fórmula de la patria”.

La avenida estaba repleta, igual que sus dos calles paralelas -Cerrito y Carlos Pellegrini-, con una marea humana que se extendía desde el pie del palco, a la altura de la calle Moreno, rodeaba el Obelisco y llegaba hasta la avenida Córdoba.

Perón, Evita y el secretariado general de la CGT, encabezado por Espejo, habían sido los únicos en subir al palco. Espejo fue el primero en hablar y le pidió a Eva que aceptara la candidatura porque “era el deseo del pueblo que ella, junto al General Perón, tomara parte desde el Ejecutivo en las grandes determinaciones de la Revolución Peronista”.

-¡Evita con Perón, Evita con Perón! – clamaba la multitud y también le exigía: - ¡Contestación, contestación!

El acto se había prolongado durante cerca de seis horas sin que Eva diera una respuesta clara. En un momento se descompuso y estuvo a punto de desvanecerse, pero cuando quisieron llevarla a la sombra para que se recuperara, se negó:

-Si Eva Perón no acepta, no importa morirse… y si Eva Perón acepta, ya puede uno morirse tranquila – les dijo a quienes intentaban auxiliarla.

Finalmente pidió tiempo para contestar. Demoraría nueve días, hasta que nueve días después, el 31 de agosto, respondió con un discurso por la cadena nacional, que pasaría a la historia como su “renunciamiento”:

-Compañeros, quiero comunicar al Pueblo Argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto. Ya en aquella misma tarde maravillosa, que nunca olvidarán ni mis ojos ni mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto - dijo.

Para entonces, tanto ella como Perón sabían que sufría un cáncer de cuello de útero en estado avanzado. La única alternativa era operar y Perón le pidió al doctor Canónico que le trajera al mejor cirujano del mundo.


La visita secreta
Canónico, al ver que no podía convencer a Perón de que Eva fuera operada por un cirujano argentino, recomendó al cancerólogo norteamericano George Pack, del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York.

Mucho tiempo después, en una entrevista realizada en el año 2000, Canónico recordaría la insistencia de Perón.

“Acá había muy buenos cirujanos y muy buenos oncólogos, acá se hacía con frecuencia esa operación. Más bien creo que Perón no quería que si le pasaba algo le reprocharan no haber recurrido a los mejores especialistas. Ahí fue cuando Perón dijo: ´Si hay que hacer una cirugía grande, que sea también un gran cirujano quien la atienda´. Me consultaron y yo recomendé a Pack. La consigna era que su nombre no tendría que figurar en ninguna parte, ni frente a ella ni frente a la prensa”, contó.

También explicó por qué había elegido al cancerólogo norteamericano; “Pack no era un desconocido para la Argentina. Si un mes antes de que me pidieran que sugiriera el nombre de un profesional para que tratara a Eva Perón, él había estado asistiendo al Congreso Mundial del Cáncer que organicé yo... Él era el invitado de honor y hasta dio una conferencia. Pero no sabíamos nada, entonces, de la enfermedad que ella tenía, aunque ya la padecía y estaba sometida a un tratamiento de radium”, recordó.

La operación se realizó el 6 de noviembre de 1951 en el Hospital “Presidente Perón” de Avellaneda, el mismo que había sido inaugurado unos años antes por la propia Evita con la idea de que “sus descamisados” tuvieran un centro de salud de excelencia.

La visita de Pack duró apenas 48 horas, el tiempo justo para preparar la operación y realizarla. El diagnóstico fue tan terminante como duro: Evita sufría un cáncer terminal. Los datos los tuvo Perón y fueron guardados celosamente en secreto.


El primer y último voto
Cinco días después de la operación, el 11 de noviembre de 1951, una foto mostró a Eva Perón, demacrada, votando en su cama de hospital, hasta adonde habían llevado la urna.
Era la primera vez que votaban las mujeres en la Argentina y ella, que había impulsado la ley, no quería dejar de votar. Ese día, Perón fue reelecto por segunda vez y con el 63 % de los votos. Su mandato comenzó el 4 de junio de 1952, 22 días antes de la muerte de Eva.

Perón, de acuerdo con la Constitución, debía terminar su mandato el 4 de julio de 1958. Sin embargo, en septiembre de 1955, un feroz golpe de Estado, que llevó el pomposo nombre de “Revolución Libertadora” terminó con el segundo gobierno de Perón.

Dos días antes de aquellas elecciones del 11 de noviembre, Evita había grabado un mensaje radial donde se la escuchó decir, con voz débil: “No votar a Perón es, para un argentino, traicionar al país”.
Uno de los que acompañaron la urna hasta el hospital para que pudiera votar fue el escritor David Viñas, por entonces de 42 años y fiscal por la Unión Cívica Radical. Lo recordaría así: “Llovía. Asqueado por la adulonería que encontré en torno de Eva Perón, me conmovió al salir la imagen de las mujeres que afuera, de rodillas, rezando en la vereda, tocaban la urna electoral y la besaban. Una escena alucinante, digna de un libro de Tolstoi”.

La potencia del gesto político de votar tuvo como contrapartida el cuadro que mostraba la imagen de Eva: flaca, demacrada. Tres días después la trasladaron en ambulancia al Palacio Unzué. Se negó rotundamente a que la instalaran en el dormitorio que hasta entonces había compartido con Perón. “No quiero molestarlo a Juan”, dijo, terminante.


“Otra vez estoy en la lucha”
A pesar de su precario estado de salud, Eva Perón se negó a guardar el reposo casi absoluto que le recomendaban los médicos. Insistía en participar de todos los actos posibles.

El 1° de mayo de 1952 se la vio consumida en el acto central que se realizó en la Plaza de Mayo, donde habló por última vez frente al pueblo desde un balcón de la Casa Rosada.

-Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana – le dijo a la multitud reunida en la Plaza de Mayo pero su estado físico decía todo lo contrario.

Su última aparición en un acto público fue el 4 de junio de 1952, cuando se iniciaba el segundo período presidencial de un Perón reelecto en las elecciones del 11 de noviembre anterior. No hubo manera de impedirle que fuera.

En una entrevista que le realizaron en 1969 los periodistas Roberto Vacca y Otelo Borroni al ex secretario de prensa de Perón, Raúl Alejandro Apold, recordó la determinación de Eva: “Ese día llegué a la residencia a las 10 de la mañana para entregarle un ejemplar de Eva Perón, un libro que la Subsecretaría acababa de editar y que reflejaba su obra. Perón conversaba animadamente don doña Juana, madre de Eva: ambos están preocupados porque no habían podido convencerla de que no debía asistir a la ceremonia. El general me sugirió que le dijera que hacía mucho frío. Cuando entré a su habitación la señora vestía un piyama celeste. Hojeó el libro con atención y al ver las fotos las lágrimas anegaron su mirada triste: ‘Lo que llegué a ser y mire cómo estoy ahora...’, me dijo. Para cambiar de tema le comenté que en la calle hacía un frío tremendo, pero me interrumpió: ‘Esa es una orden del general. Yo voy a ir igual. La única manera de que me quede en esta cama es estando muerta’. No tuve más remedio que comunicarle a Perón que mi gestión había fracasado”.

Para que pudiera asistir tuvieron que hacerle varias aplicaciones de morfina en la nunca y el tobillo, donde le habían aparecido metástasis del tumor, y pudo mantenerse erguida durante todo el acto gracias a un sistema para apuntalarlo que había ideado un empleado de la residencia presidencial.

Se la vio de pie, vestida con un tapado de piel, viajando en el coche descubierto que partió desde el Palacio Unzué por Avenida del Libertador hasta la Casa Rosada, donde tuvieron que aplicarle dos nuevos calmantes. También presenció toda la ceremonia de pie, ayudada por el dispositivo que le habían construido y apoyada disimuladamente en una silla. Pesaba apenas 37 kilos.


Los últimos días
Después de ese acto, Eva no volvió a salir de la residencia. A través de diversos testimonios, Vacca y Borroni pudieron reconstruir la rutina de la enferma en esos días.

“El día de Eva Perón era tan agitado como se lo permitía su declinante salud. A las 7 se despertaba y era atendida por las hermanas María Eugenia y Marta Rita Álvarez, diplomadas en la Escuela de Enfermeras de la Fundación. A las 8 llegaba el peinador Julio Alcaraz, quien permanecía junto a ella mientras Irma Cabrera de Ferrari, su mucama personal, servía el frugal desayuno y preparaba la habitación para las primeras audiencias, en general dedicadas a delegaciones gremiales. Perón la visitaba tres veces por día: antes de salir hacia la Casa Rosada, cuando regresaba y para despedirla antes de dormir. Los familiares sólo en las últimas semanas se fijaron turno para atenderla. (Su secretario personal Atilio) Renzi pasaba prácticamente todo el día a su lado: a medianoche era reemplazado por (su amigo personal Oscar) Nicolini, Apold o algún otro funcionario amigo. Tres veces por semana un chofer de la Presidencia traía a su manicura personal. A pesar de sus insistentes pedidos le eran retaceados diarios y revistas: apenas le llegaba, puntualmente el semanario de historietas El Tony”, escribieron en 1969.


“La flaca se va”
La noche del 25 de julio, Eva le pidió a la enfermera María Eugenia Álvarez que la acompañara hasta el baño. Tuvo que llevarla casi en vilo.

-Ya queda poco – le dijo Evita cuando estaban volviendo.

-Sí, señora, queda poco para ir a la cama – le respondió, confundida, la enfermera.

-No, querida – insistió Evita -. A mí me queda poco.

“Volvimos despacito caminando y la acosté. La arropé bien, puse la ropa de cama debajo del colchón. Fui volando a buscar al médico y le expliqué lo que había pasado. Le tomó el pulso, la revisó y le hicimos un inyectable”, contaría muchos años después la enfermera.

A la mañana siguiente, poco después de las 11, Eva Perón abrió los ojos y miró a su mucama Hilda Cabrera de Ferrari y le dijo:

-Me voy, la flaca se va, Evita se va a descansar.

Fueron sus últimas palabras. Cinco horas después entró en coma.


El llanto de Perón
Alrededor de la cama de Evita, además de la enfermera Álvarez y la mucama Cabrera, se fueron reuniendo Perón, Apold, Nicolini, Juan Duarte – hermano de Eva -, el doctor Raúl Mendé, el padre Hernán Benitez – confesor de Eva – y el doctor Ricardo Finochetto, que no podía evitar las lágrimas ante una muerte que sabía inminente.

Instaladas en una habitación cercana también estaban sus hermanas Erminda, Blanca y Elisa, y su madre, Juana Ibarguren, que entraban y salían constantemente. No querían llorar frente a ella.

El pulso de Eva Perón se fue haciendo cada vez más débil hasta que pasadas las ocho de la noche – la hora oficial de su muerte quedará fijada en las 20.25 – se apagó definitivamente. El encargado de comprobarlo fue el doctor Ricardo Finochietto. La muerta tenía 33 años.

Cuando el médico confirmó la muerte, Perón lloró. “Se puso a llorar como un niño y llegó a decirme: ‘¡Qué sólo me quedo, María Eugenia!’”, recordaría la enfermera Álvarez.

Una hora después, a las 21.36, locutor oficial Jorge Furnot, leyó el escueto comunicado redactado por Apold en la misma habitación donde había visto morir a Evita:

“Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, jefa Espiritual de la Nación”.

Fuente: INFOBAE

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